El salón es el centro emocional del hogar: el lugar donde descansamos, recibimos visitas y pasamos tiempo en calma. Elegir su paleta cromática es una decisión que influye en cómo percibimos el espacio — y cómo nos sentimos en él.
Si tu objetivo es crear un ambiente tranquilo y acogedor, empieza por los tonos neutros: blanco hueso, lino, gris suave o arena. Estos colores aportan amplitud, reflejan la luz y se integran con facilidad a cualquier estilo decorativo.
Para aportar profundidad sin saturar, introduce un color de acento: un muro en verde salvia, una manta mostaza o una lámpara azul pizarra pueden marcar la diferencia sin romper la armonía.
Ten en cuenta la orientación del salón: si recibe luz natural durante todo el día, puedes permitirte tonos más fríos; si es oscuro, los tonos cálidos suavizados aportarán calidez.
La clave está en la coherencia: una paleta reducida aplicada a paredes, textiles, muebles y accesorios crea un entorno visualmente equilibrado.